Superviviente del Holocausto tras pasar por tres campos nazis, Jacobo Drachman avisa a sus 83 años del resurgir de los extremismos, el ultranacionalismo y el antisemitismo en Europa, como otro nuevo episodio de "la bestia que se despertó".
Drachman, cuyas peripecias como niño en el interior de la maquinaria asesina nazi muestran el lado más siniestro del ser humano pero también la fortaleza de la voluntad de supervivencia, explica en una entrevista a Efe su idea de que hay en el hombre una parte destructiva que le empuja a la guerra, el asesinato o el exterminio.
"La historia del hombre fue siempre igual, se repite", explica desde la perspectiva de la edad y la experiencia, para lamentar la repetición cíclica de "guerras, holocaustos", que incluye también la destrucción del medioambiente y del planeta. "Desde un principio algo falló acá".
Nacido en Lodz (Polonia) en 1935, Drachman vivió con poco más de cuatro años el inicio de la ocupación alemana del país, con la creación inmediata del gueto judío en la ciudad y la condena a pasar hambre, rememora Drachman, que pasó 26 años en Uruguay y actualmente reside en Israel.
"No vi matar a nadie, la gente se moría sola", de hambre, enfermedad o falta de ganas de vivir por las humillaciones o la pura desesperación, rememora .
Sobrevivieron al principio en las colas de comida para polacos y haciéndose pasar por gentiles, y luego cuando su padre (un experto metalúrgico) encontró trabajo en el gueto.
Tras casi cuatro años, los últimos judíos de Lodz fueron enviados en agosto de 1944 en los conocidos vagones de ganado hasta Auschwitz-Birkenau, donde las mujeres (incluyendo su madre) fueron separadas de los varones. Él fue puesto con los ancianos o enfermos camino de las cámaras de gas y el crematorio, mientras que su padre fue declarado apto para el trabajo.
Drachman explica que se dio cuenta rápidamente de lo que ocurría y antes de que las filas se separaran se retrasó de la suya y saltó a la de su padre, donde lo escondieron entre todos.
Allí solo estuvieron cuatro días, en los que le dio tiempo a comprender rápidamente lo que allí ocurría, ya que además un alemán "nos lo explicó bien".
Explica que debe su supervivencia en buena parte a su afán por salir adelante: "a mi no me ganaron, a mí no me iban a matar".
Después los tres fueron enviados al campo de Stutthof, en el Báltico, donde estuvieron tres meses con unas condiciones muy duras por el frío, el hambre y las penurias.
En ese campo, mientras cambiaba pan por ropa con unos jóvenes judíos recién llegados lo metieron con todo el grupo en una cámara de gas pero se salvó gritando "Heil Hitler" y pidiendo en alemán que le sacaran, ya que se había convertido en una especie de mascota de los guardianes.
Drachman, ya con nueve años, fue saliendo adelante gracias a la picaresca robando pan de la cocina y cambiándolo por ropa u otras cosas. "Yo tenía pan, era un ladrón, y el pan era una moneda fuerte", describe.
A finales de 1944 fueron trasladados a un campo de trabajo en Dresde para producir material militar.
Y allí les llegó el gran bombardeo aéreo angloamericano del 14 y 15 de febrero de 1945, que causó unos 25.000 muertos, entre ellos muchos internos del campo.
Tras la "marcha de la muerte" en la que muchos de los judíos supervivientes de Dresde murieron de hambre y agotamiento, fueron liberados el 8 de mayo por tropas soviéticas. Tras varias vueltas por Europa, en 1946 pasaron a Uruguay, donde tenían un tío abuelo.
Allí fundó su familia, que ya llega a nueve nietos y seis bisnietos de tres hijos, y se hizo fanático del Peñarol.
Aunque él y sus padres consiguieron el raro logro de salvarse, el Holocausto supuso la muerte de "arriba de cien" familiares, pues solo le quedó un tío. Los tres fueron los únicos supervivientes conocidos de los 500 judíos del último convoy de Lodz.
Entre detalles espeluznantes, explica que hay "mucho" más que contar. Él narró sus experiencias en el libro "Lágrimas secas", publicado en 2015.
Ha vuelto a Lodz a visitar los lugares de su infancia, pero asegura que no siente "nada" por Polonia, un país donde allá donde se pisa "está regado con sangre judía" y en el que segura que "viven cuatro mil judíos y millones de antisemitas".
Jacobo Drachman visita España para participar en el Mes de la Memoria del Holocausto que Centro Sefarad-Israel organiza por el Día Internacional de la Memoria de las Víctimas del Holocausto, que se conmemora el 27 de enero, que incluyen un acto de Estado en el Senado.
"Cuiden a este país. Ábranle la puerta a la verdad. Tengan cuidado de que la maldad no entre por la ventana", pide suavemente a pesar de su voz áspera de fumador empedernido. "Es un país divino".
Drachman, cuyas peripecias como niño en el interior de la maquinaria asesina nazi muestran el lado más siniestro del ser humano pero también la fortaleza de la voluntad de supervivencia, explica en una entrevista a Efe su idea de que hay en el hombre una parte destructiva que le empuja a la guerra, el asesinato o el exterminio.
"La historia del hombre fue siempre igual, se repite", explica desde la perspectiva de la edad y la experiencia, para lamentar la repetición cíclica de "guerras, holocaustos", que incluye también la destrucción del medioambiente y del planeta. "Desde un principio algo falló acá".
Nacido en Lodz (Polonia) en 1935, Drachman vivió con poco más de cuatro años el inicio de la ocupación alemana del país, con la creación inmediata del gueto judío en la ciudad y la condena a pasar hambre, rememora Drachman, que pasó 26 años en Uruguay y actualmente reside en Israel.
"No vi matar a nadie, la gente se moría sola", de hambre, enfermedad o falta de ganas de vivir por las humillaciones o la pura desesperación, rememora .
Sobrevivieron al principio en las colas de comida para polacos y haciéndose pasar por gentiles, y luego cuando su padre (un experto metalúrgico) encontró trabajo en el gueto.
Tras casi cuatro años, los últimos judíos de Lodz fueron enviados en agosto de 1944 en los conocidos vagones de ganado hasta Auschwitz-Birkenau, donde las mujeres (incluyendo su madre) fueron separadas de los varones. Él fue puesto con los ancianos o enfermos camino de las cámaras de gas y el crematorio, mientras que su padre fue declarado apto para el trabajo.
Drachman explica que se dio cuenta rápidamente de lo que ocurría y antes de que las filas se separaran se retrasó de la suya y saltó a la de su padre, donde lo escondieron entre todos.
Allí solo estuvieron cuatro días, en los que le dio tiempo a comprender rápidamente lo que allí ocurría, ya que además un alemán "nos lo explicó bien".
Explica que debe su supervivencia en buena parte a su afán por salir adelante: "a mi no me ganaron, a mí no me iban a matar".
Después los tres fueron enviados al campo de Stutthof, en el Báltico, donde estuvieron tres meses con unas condiciones muy duras por el frío, el hambre y las penurias.
En ese campo, mientras cambiaba pan por ropa con unos jóvenes judíos recién llegados lo metieron con todo el grupo en una cámara de gas pero se salvó gritando "Heil Hitler" y pidiendo en alemán que le sacaran, ya que se había convertido en una especie de mascota de los guardianes.
Drachman, ya con nueve años, fue saliendo adelante gracias a la picaresca robando pan de la cocina y cambiándolo por ropa u otras cosas. "Yo tenía pan, era un ladrón, y el pan era una moneda fuerte", describe.
A finales de 1944 fueron trasladados a un campo de trabajo en Dresde para producir material militar.
Para ellos, era el "paraíso", porque había comida, baño y calefacción. "Nos cuidaban".
Vea también: La historia desconocida del sanguinario nazi que ayudó a Pablo Escobar
Y allí les llegó el gran bombardeo aéreo angloamericano del 14 y 15 de febrero de 1945, que causó unos 25.000 muertos, entre ellos muchos internos del campo.
Tras la "marcha de la muerte" en la que muchos de los judíos supervivientes de Dresde murieron de hambre y agotamiento, fueron liberados el 8 de mayo por tropas soviéticas. Tras varias vueltas por Europa, en 1946 pasaron a Uruguay, donde tenían un tío abuelo.
Allí fundó su familia, que ya llega a nueve nietos y seis bisnietos de tres hijos, y se hizo fanático del Peñarol.
Aunque él y sus padres consiguieron el raro logro de salvarse, el Holocausto supuso la muerte de "arriba de cien" familiares, pues solo le quedó un tío. Los tres fueron los únicos supervivientes conocidos de los 500 judíos del último convoy de Lodz.
Entre detalles espeluznantes, explica que hay "mucho" más que contar. Él narró sus experiencias en el libro "Lágrimas secas", publicado en 2015.
Ha vuelto a Lodz a visitar los lugares de su infancia, pero asegura que no siente "nada" por Polonia, un país donde allá donde se pisa "está regado con sangre judía" y en el que segura que "viven cuatro mil judíos y millones de antisemitas".
Jacobo Drachman visita España para participar en el Mes de la Memoria del Holocausto que Centro Sefarad-Israel organiza por el Día Internacional de la Memoria de las Víctimas del Holocausto, que se conmemora el 27 de enero, que incluyen un acto de Estado en el Senado.
"Cuiden a este país. Ábranle la puerta a la verdad. Tengan cuidado de que la maldad no entre por la ventana", pide suavemente a pesar de su voz áspera de fumador empedernido. "Es un país divino".