Viganella es un pequeño pueblo que, debido a una montaña y a la posición en que los débiles rayos del sol se proyectan durante el invierno, carece de esta fuente de luz de noviembre a febrero.
El pueblo está ubicado en el corazón de los Alpes piamonteses al noroeste de Italia y cuenta con 185 habitantes registrados, aproximadamente. Allí surge un singular problema durante el invierno : el sol no logra alcanzar sus calles debido a la profundidad de su valle.
Sin embargo, desde hace un tiempo, un ingenioso espejo rotatorio ha cambiado esta situación, proyectando los rayos solares sobre sus calles.
Este innovador proyecto fue impulsado por el entonces alcalde Franco Midali en colaboración con el arquitecto Giacomo Bonzani. En diciembre de 2006, se inauguró un espejo de cuarenta metros cuadrados, instalado en la montaña, que refleja la luz hacia la plaza del pueblo, rompiendo con los 83 días de oscuridad que Viganella sufría anualmente.
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Franco Midali, un soñador y trabajador ferroviario, creyó firmemente que había una solución para que el pueblo disfrutara de algo de luz en los meses de invierno. Tras años de planificación, logró instalar el espejo con un presupuesto de 99.900 euros, transportándolo por helicóptero hasta su destino.
El espejo, que pesa más de una tonelada, se mueve regularmente para asegurar que la luz llegue a las zonas deseadas y se ajusta automáticamente por la noche para proteger su superficie de la intemperie.
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En una visita reciente al pueblo, la artista Silvia Camporesi relató cómo el reflejo del sol iluminaba las piedras de la plaza y, en un momento particular, Midali les mostró una fascinante combinación de reflejos dentro de la iglesia local. Un espejo colocado en lo alto del edificio dirigía la luz hacia el altar, iluminando con precisión el costado ensangrentado de la figura de Cristo, un detalle que emocionó profundamente al exalcalde.