Hubo una época en la que en la cuadra de mi casa había solo un teléfono, uno fijo de 4 números. Era el de la señora Celina; si alguien del barrio quería hablar con otra persona que estuviera lejos, tenía que hacer una fila para usarlo. Después vinieron los teléfonos inalámbricos, luego el celular y con él los mensajes de texto o del pin del BlackBerry, hasta que llegamos a las redes sociales.
Estoy seguro de que ellas nos han hecho la vida más cómoda, nos han permitido estar conectados con muchas personas que viven lejos con gran rapidez, nos permiten trabajar a través de ellas y son una fuente de información muy amplia y grande; sin embargo, también es cierto que nos han generado varios problemas serios. Primero, el problema de la incomunicación, porque, aunque nos han permitido conectarnos, nos han alejado de las personas de manera física; aunque nos mantienen informados, no nos han permitido estar comunicados; aunque nos han hecho saber del otro, no nos han permitido conocerlo. También han generado muchas adicciones, las cuales en principio serian nuestra responsabilidad, porque tendríamos que ser capaces de tener dominio de sí, tener la capacidad de contenernos, y poder controlar nuestra relación con ellas.
Pero, además, de alguna manera hemos sido víctimas de la perversidad del algoritmo, es decir, de ese cálculo que se ha metido en lo más profundo de nuestro ser, hasta el punto de manipularnos y de exponer nuestras condiciones más débiles y frágiles.
Creo que la caída de las redes sociales como el WhatsApp, Facebook e Instagram, que dejó incomunicadas a más o menos 6.000 millones de cuentas, se presenta como una oportunidad para reflexionar y tomar conciencia de por lo menos tres cosas. Primero, la importancia de la comunicación, del poder mirar a los ojos a los otros, de poder ir más allá, de conocerlos realmente.; segundo, la necesidad de tener la distancia sana frente a las redes, aprovecharlas y ser felices, pero sin dejarnos controlar; y tercero, hacer un claro reclamo a estas plataformas, que además de lucrarse millonariamente, nos pueden manipular fácilmente a través de los algoritmos.
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