La cárcel Bang Kwang, ubicada en el subdistrito de Suan Yai, distrito de Mueang Nonthaburi, Tailandia, sigue siendo centro de críticas y denuncias por sus condiciones infrahumanas, según han reportado diversas fuentes y testimonios. A aproximadamente 7 kilómetros al norte de Bangkok, y a orillas del río Chao Phraya, este centro penitenciario, conocido irónicamente como "el Hilton" debido a una miniserie australiana, aloja a los condenados a muerte y a aquellos con largas sentencias, mayoritariamente por delitos relacionados con el narcotráfico.
La realidad, sin embargo, dista mucho de la de cualquier hotel: "Nada más plantar un pie, me pusieron cadenas. No las que se ven en la televisión, estas pesan cuatro kilos y fueron aplastadas a mis tobillos por los oficiales a martillazos", relató Colin Martin en su libro autobiográfico, Bienvenido al infierno: La lucha por la vida de un hombre en el "Hilton" de Bangkok, dando cuenta de la dureza de su estadía, que se extendió por una década.
Las infraestructuras y el régimen interno de Bang Kwang han sido objeto de denuncias constantes. Con una capacidad original para 3.500 internos, actualmente alberga a más de 8.000 presos, creando una situación de hacinamiento crítico. Adrián Foncillas, corresponsal en Tailandia, reportó que hasta 2013, "los presos llevaban grilletes, no para que no se movieran, sino para que no corrieran o pegaran patadas", evidenciando prácticas de control extremas. La violencia, tanto entre internos como ejercida por los guardias, es una constante, exacerbada por la corrupción y el abuso de poder dentro de la institución.
La vida dentro de los muros de Bang Kwang es una lucha diaria por la supervivencia. Según reveló Fernando Cocho, analista especializado en temas penitenciarios, "La tasa de mortalidad está en un 25% al superar los dos años. Los reclusos mueren por desnutrición, enfermedades y violencia".De acuerdo con medios internacionales.
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Las condiciones sanitarias son precarias; los internos tienen derecho a una ducha al mes, y la calidad del agua y de la comida es deficiente, provocando que enfermedades y desnutrición sean la norma. Este entorno contribuye a una esperanza de vida marcadamente reducida para quienes pasan prolongados periodos de tiempo dentro de la prisión. Así es la temible cárcel a la que llegaría Daniel Sancho si llega a ser condenado por el asesinato del médico colombiano Edwin Arrieta.
Testimonios macabros
Historias como la de Jonathan Wheeler, un británico que estuvo 18 años encerrado en Bang Kwang tras ser detenido con 2 kilos de cocaína, ponen rostro a las estadísticas. Wheeler fue testigo de episodios de violencia extrema, incluyendo el ataque a un compañero de prisión con un trozo de metal mientras este se duchaba, un hecho que describe con crudeza: "Cuando el tipo tenía la cara cubierta de champú en la ducha, otro tailandés le golpeó la cabeza con un trozo de metal. Literalmente como una calabaza... le golpeó la cabeza con los sesos colgando". Tales narrativas resaltan la brutalidad de la vida diaria dentro de la prisión.
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Medidas extremas
El sobrenombre de "el gran tigre" dado por los internos a Bang Kwang revela la percepción de la prisión como un depredador voraz que cuenta con la vida de aquellos encerrados en sus celdas, a menudo superpobladas y de tan solo unos 4 metros cuadrados, donde el número de reclusos por celda supera la capacidad prevista.
Intervenciones de organizaciones de derechos humanos como Amnistía Internacional, que incluyen la prisión en sus listas de vigilancia, no han logrado hasta la fecha una mejora significativa en las condiciones de vida de los internos. Las promesas de reforma por parte de sucesivas administraciones tailandesas no se han materializado en cambios reales, manteniendo a Bang Kwang como símbolo de la violencia sistémica y la violación de los derechos humanos en el sistema penitenciario.
La situación en Bang Kwang es compleja y multifacética, involucrando no solo a los internos sino también a las redes de soporte que logran organizar desde fuera. Familiares y amigos de los presos, así como las embajadas de países con ciudadanos encarcelados, se ven en la necesidad de enviar vitaminas y alimentos suplementarios para asegurarse de que los reclusos puedan mantenerse con vida.
A pesar de la vigilancia constante mediante cámaras web, incluso en las celdas de aquellos condenados a muerte, las violaciones de derechos humanos continúan siendo un problema persistente en este tipo.
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