Rusia, que no puede participar como tal y con símbolos nacionales en los Juegos Olímpicos y Paralímpicos de Tokio por sus escándalos de dopaje institucional, se ha resignado a un perfil bajo en el evento, pero su reputación seguirá manchada mucho tiempo.
Cuando el Tribunal Arbitral del Deporte (TAS) condenó a Rusia a dos años de exclusión de toda gran competición internacional en diciembre de 2020, autorizando únicamente a los deportistas del país a competir bajo bandera neutral, la decisión no desencadenó las habituales declaraciones de indignación en Moscú.
La suspensión inicial, pronunciada por la Agencia Mundial Antidopaje (AMA), que estima que Rusia "manipuló" datos de su laboratorio antidopaje para camuflar controles positivos, era de cuatro años y numerosas voces reclamaban la expulsión pura y directa de los deportistas rusos.
"Hemos aceptado una capitulación con honor, que consiste en competir sin bandera y sin himno. Pero al mismo tiempo, podemos sentir que no hemos perdido porque las cosas podían haber sido mucho peores", analiza el editorialista deportivo de la radio independiente Eco de Moscú, Alexei Durnovo.
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Tolerancia
En la práctica, Rusia no estará como tal en los Juegos de Tokio, pero sí los deportistas rusos. Con 335 competidores, la delegación competirá oficialmente con el nombre del Comité Olímpico Ruso y será una de las más grandes en el evento.
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El ROC reemplazará el himno ruso por una obra del compositor Piotr Chaikovski y el uniforme oficial de sus deportistas tendrá los colores de la bandera nacional. Todo ello con el visto bueno del Comité Olímpico Internacional (COI), que no podía privarse de un actor tan importante financiera y deportivamente.
"Es realmente imposible imaginar al movimiento olímpico expulsando a Rusia, Francia o a otros países importantes porque también depende de ellos", indica Alexei Durnovo, que cree que "el COI intentará atenuar" cualquier sanción.
Una tolerancia que va más allá de los Juegos Olímpicos.
Las sanciones prohíben al país organizar competiciones importantes, pero la Federación Internacional de Voleibol (FIVB) confirmó en junio que el Mundial-2022 tendrá lugar en Rusia porque era "legalmente y prácticamente imposible" retirarle la sede del evento.
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Después de Tokio, los Juegos Olímpicos de Invierno de Pekín-2022 sería el siguiente gran evento que se perdería Rusia como tal.
De manera paralela, Rusia trata de dar señales de respetabilidad. La Agencia Rusia Antidopaje (RUSADA), en el corazón del escándalo, ha sido reformada y se ha hecho independiente. Se han creado estructuras para formar a los entrenadores y mánagers deportivos del mañana.
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"Eso hace presagiar una dinámica en el futuro más conforme a los estándares internacionales", señala Lukas Aubin, doctor en geopolítica en la Universidad París-Nanterre y autor de un libro sobre el deporte en los años de Vladimir Putin.