Jorge Carrascal sobrevivió a la violencia de un barrio pobre del Caribe colombiano. En las calles polvorientas donde peleó y perdió amigos, algunos asesinados, el volante colombiano aprendió a patear balones que hoy inflan redes en el Preolímpico sudamericano.
La promesa del River Plate vivía en el barrio Escallón Villa, de la turística pero desigual Cartagena de Indias. La palabra muerte aparece cuando se escribe el nombre de la localidad en algún motor de búsqueda de internet.
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"La falta de oportunidades en mi ciudad es muy complicada", explicó el mediocampista ofensivo en una entrevista con el diario Olé en agosto de 2019. "Cuando estaba más 'pelado' (joven) yo también peleaba, andaba con cuchillos, todo eso. Era un barrio súper humilde, un barrio muy bajo. Había que defenderse".
Figura indiscutible de la anfitriona Colombia en el certamen que da dos cupos a Tokio-2020, el volante de 21 años, fue fundamental para el paso cafetero al cuadrangular final. Máximo anotador tricolor con tres goles, a uno del artillero argentino Alexis Mac Allister, además es uno de los casos de que el fútbol salva vidas.
En los barrios profundos de Cartagena, lejos del glamour de la ciudad amurallada, los arcos de fútbol se armaban con piedras. Se enfrentaban entre vecindarios y por lo general el cotejo finalizaba en peleas con navajas.
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Algunos de sus amigos, cuenta, terminaron robando, presos o muertos en medio de disputas de narcotráfico y delincuencia común.
"Si yo no hubiera tenido ese apoyo familiar, o el de varias personas que me apoyaron mucho, ahora mismo (...) si no estaría preso estaría por ahí robando", agregó Carrascal.
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El deporte lo alejó del hampa. Sus tíos formaron un equipo en el que el colombiano empezó a deslumbrar con el 10 a su espalda. Un cazatalentos de Millonarios, uno de los clubes más laureados de Colombia, lo llevó a Bogotá.
En las temporadas siguientes la pista de Carrascal se fue diluyendo en medio de frecuentes problemas disciplinarios y cambio de cuerpo técnico en el cuadro embajador. Faltaba a los entrenamientos, llegaba tarde o se desaparecía, dijo a AFP una fuente del grupo de trabajo del entrenador uruguayo Rubén Israel.
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"Decía que no le importaba, que para él faltar al trabajo no significaba nada porque su infancia había sido muy dura (...) 'Todos mis amigos están o muertos o en la cárcel', decía", explicó.
Millonarios lo apartó del equipo profesional, pero le llegó un salvavidas desde Europa. El Sevilla de España lo fichó en 2016 tras verlo en el Sudamericano Sub-17 de 2015, pese a que sufría un trauma en la rodilla izquierda.
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Sin cupo con los andaluces, fue enviado a la filial donde recayó de su lesión. Cuando se recuperó, optó por salir prestado al Karpaty Lviv de Ucrania, de donde Marcelo Gallardo lo recuperó en 2019 para el fútbol y para Colombia.
"Cuando lo trajimos sabíamos de su talento, solo que estaba un poco perdido", sostuvo 'el Muñeco'.
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En River goza del cariño de la hinchada, pero aún no se consolida como inicialista. Aparte de sus gambetas, su remate fino y potente con derecha y sus pisadas de balón, a Carrascal -que ha oficiado de falso nueve, extremo y media punta- lo define un carácter indomable.
Cuando aterrizó en Buenos Aires se opuso a que lo llamaran el ‘Neymar colombiano’ porque él era Jorge. Reconoce abiertamente que ve "poco" fútbol, y sus excompañeros rememoran que podían molerlo a patadas y él se paraba una y otra vez.
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El 8 de River y de Colombia ha exhibido sus dotes en su tierra. Incluso ante Ecuador, en la fase de grupos, marcó el que puede ser el gol del torneo: dejó atrás a cuatro rivales y esquivó al portero para marcar el 2-0 parcial.
Una vez finalizan los partidos, camina espigado, con sus 1,79 metros de estatura, por los pasillos de los estadios. Carga un maletín negro que alumbra luces de colores. Y sonríe para explicar, con su voz aguda y carrasposa, que de ese parlante solo suena salsa de Frankie Ruiz. La salsa del buen fútbol.
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