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El Bajo Patía en Nariño, entre el confinamiento, el desplazamiento y la muerte

Para llegar hay que recorrer 259 kilómetros por carreteras destapadas que más bien parecen trochas. En los rostros de los campesinos se puede apreciar la desconfianza con los forasteros.

Bajo Patía
Bajo Patía
Foto: BLU Radio

La guerra entre grupos armados ilegales que en otrora pertenecieron a las extintas Farc o a las desmovilizadas Autodefensas Unidas de Colombia no solo son hoy un dolor de cabeza, sino que se ha convertido en el terror de miles de habitantes de la zona rural de los municipios de la cordillera y el Pacífico en Nariño .

Habitantes de más de 26 veredas y caseríos de las riveras del rio Patía, en la parte alta del municipio de Magüi Payan en la región del Telembí, en Nariño, se encuentran confinados y otros más han salido desplazados a la fuerza por culpa de la guerra.

En esta región del Bajo Patía, en límites de los municipios de Policarpa, Cumbitara, Iscuande y Magüi Payán, hasta donde nunca había llegado un medio de comunicación, es muy común ver gigantescas pancartas que anuncian la presencia de las disidencias de las Farc frentes Franco Benavidez y Urías Rendón, guerrilleros que nunca se acogieron al proceso de paz.

Bajo Patía
Bajo Patía
Foto: BLU Radio

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En esta abandonada región de Nariño hay más de tres mil familias, casi unas cinco mil personas. Allí, todos coinciden en señalar a un grupo de paramilitares como los causantes del terror e incertidumbre en este sector de Nariño.

Nos da miedo que nos pase lo mismo que sucedió con Danilo Torres”, dice un morador, haciendo referencia al caso de un asesinado por supuestos integrantes de las autodefensas que lo interceptaron en momentos en que el líder social y tres de sus hermanos viajan rumbo a Roberto Payán, en donde se cumpliría un consejo de seguridad.

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Para llegar a la zona hay que recorrer 259 kilómetros por carreteras destapadas que más bien parecen trochas. Allí, en los rostros de los campesinos se puede apreciar la desconfianza con los forasteros.

Nuestra primera parada después de doce largas horas de camino fue el corregimiento de Sánchez, zona rural de Policarpa en la cordillera occidental, donde la mano del Estado nunca se ha visto. Lo que se ha construido de vías lo han hecho los campesinos con plata de los cultivos de hoja de coca.

Liliana Córdoba, una concejal del municipio de Policarpa asegura que en el Bajo Patía siempre han existido grupos ilegales, bien sea la guerrilla o los paramilitares, aquí la comunidad dice jocosamente que “ellos se acostumbran a bailar con el que les toque”.

Bajo Patía
Bajo Patía
Foto: BLU Radio

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Aquí, por la falta de oportunidades los campesinos viven del cultivo de hoja de coca. No tienen otra salida porque no hay vías carreteables ni mucho menos servicios públicos. Lo que se gana con la coca se invierte una parte en mejorar la única carretera que hay entre Sánchez y Policarpa, precisó la líder política.

Más abajo a unos 20 kilómetros por una vía estrecha y polvorienta está el caserío de Paso Real, un pequeño puerto o embarcadero en donde cientos de personas se transportan en lanchas para llegar a caseríos y veredas a las riveras del rio Patía.

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Campesinos cultivadores de hoja de coca llegan cada domingo a vender los kilos que han logrado sacar de pasta de coca después de varios meses de cuidar sigilosamente sus plantíos.

Bajo Patía
Bajo Patía
Foto: BLU Radio

Gerardo Gutiérrez, un reconocido comerciante, indicó que gracias a la pasta de coca el comercio se mueve, hay que vender y con eso se mantienen miles de familias que habitan esta zona de Nariño. Manifestó que ellos no son narcotraficantes pues el 90 por ciento de los cultivadores de hoja de coca del Bajo Patía en Nariño viven en condiciones de extrema pobreza. Con esa plata se mantienen y pagan los estudios de sus hijos en Cali, Bogotá y Pasto, entre otras ciudades.

A medida que baja el río Patía los relatos son cada vez más espeluznantes por parte de los habitantes de caseríos y veredas como es el caso de Pueblo Nuevo, una población fantasma en donde sus comunidades huyeron para poner a salvo sus vidas, luego que un grupo de paramilitares perpetraran hace dos años una masacre en donde nueve campesinos fueron asesinados acusados de ser auxiliadores de la guerrilla

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A unos 50 minutos en lancha, se encuentra el corregimiento de Ricaurte con más de 100 familias, en su mayoría madres cabeza de familia y menores de edad.

Esta comunidad desde hace largos cuatro meses están confinados en sus propias casas no pueden bajar al casco urbano de Magüi Payán, los campesinos dicen que este lugar fue escenario de uno de los mas cruentos combates entre disidentes de las Farc, en donde al parecer once guerrilleros murieron.

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Aquí impera la ley del silencio, nadie quiera hablar y los que lo hacen, los hacen a escondidas, temen por las represalias y prefieren no decir nada. “El que menos pregunta o hable más vive” ,dicen.

Hoy estas comunidades solo quieren que el estado no los estigmatice pues de algo si están seguros que no son ni guerrilleros ni mucho menos narcotraficantes.

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