Las redes sociales llegaron para quedarse. No hay nada que hacer. No tiene sentido alguno enfrentarse a estos molinos de vientos, que terminarán por condicionar nuestra existencia. El asunto es muy simple: o nos familiarizamos con estos nuevos vecinos o terminamos devorados por ellos. Y ya que no tenemos cómo vencerlos, tendremos que unirnos a ellos. No hay otro camino.
¿El problema es cómo nos hacemos amigos del matón del barrio? En las redes sociales todo es posible. Todas carecen de filtros. Es ese inmenso agujero negro que no le niega el ingreso a nadie.
En las redes sociales nos encontramos con videos de cocodrilos gigantescos que atraviesan campos de golf en La Florida –hay uno reciente que ha sido visto por 9 millones de personas- y nos topamos con orangutanes asesinados por el cuerpo de seguridad de un zoológico de Estados Unidos, ante la posibilidad de que diera muerte a un menor que ingresó a su jaula. Nadie sabe cómo pasaron las cosas, sólo nos interesa saber que las cosas pasaron.
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Las estrellas de la música ya no lanzan sus producciones. Les basta con “subir a la red” su video más reciente para que en cuestión de segundos se vuelva viral. Es decir, para que en un abrir y cerrar de ojos, millones de personas estén escuchando la canción y pocos minutos más tarde, empecemos a tararearla. Yo me incluyo, por supuesto.
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En las redes sociales todo es inmediato: los crímenes, los asaltos, las revueltas, los delincuentes muertos por los policías y los policías muertos por los delincuentes, los terremotos, las victorias deportivas y las derrotas también.
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Nadie se toma un respiro para editar lo que saldrá publicado. Nadie procesa la información, nadie la mastica y nadie la digiere. Todos –eso sí- la expulsamos en cuestión de segundos, que es el tiempo que necesitamos mientras nos ocupamos del siguiente video. A propósito: ¿Ya vieron el de Messi acusando a su padre?