El papa Francisco abandonó ayer a Colombia con la misma radiante sonrisa con la que llegó y que nos supo contagiar. No hay dudas de que Francisco es un hombre feliz.
Trajo un mensaje universal de paz y de reconciliación que va mucho más allá de la formalidad de un acuerdo entre las partes que por décadas vivieron enfrentadas. Es más que eso, mucho más que eso.
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Después de su presencia vivificante de cinco días, no podemos seguir viendo las enseñanzas de Francisco desde la óptica mezquina y absurda de la coyuntura política.
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No podemos empequeñecer una visita tan trascendental y transformadora. Francisco nos habló de la lucha contra la desigualdad social y la pobreza como requisito fundamental para construir una nueva Colombia. Una Colombia de iguales, donde quepamos todos, sin odios y sin rencores.
Francisco nos habló del amor al prójimo y de la entrega absoluta y desinteresada por nuestros hermanos, como hicieron San Pedro Claver y la Santa Madre Bernarda.
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Francisco nos habló de la reconciliación y del perdón entre los hermanos. Nos habló de la Justicia y de la tolerancia, como requisitos fundamentales para alcanzar la verdadera paz, no la paz coyuntural que sólo se ocupa del abandono de las armas.
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Es muy importante tener presente la voz de Francisco, cuando nos dice que debemos ocuparnos de las "causas estructurales de la pobreza, que generan exclusión y violencia".
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Por eso nos recuerda que la inequidad es la raíz de los males sociales. Es allí donde está la semilla que luego germina y se convierte en fenómenos violentos.
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Es esa desigualdad la que se traduce en conflictos y enfrentamientos. Por esa razón Francisco clama casi que con angustia: "Escuchen a los pobres, a los que sufren.. Mírenlos a los ojos y déjense interrogar en todo momento por sus rostros surcados de dolor y sus manos suplicantes".
Francisco trajo un mensaje cuya médula es el ser humano en toda su integridad y en toda su dimensión. No trajo un discurso para un grupo político en particular.
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Tampoco nos habló de hechos políticos coyunturales, sin duda muy importantes para el país, pero efímeros si no somos capaces de dejar atrás los odios y la sed de venganza, así como la imposición de los intereses particulares por sobre los intereses de la inmensa mayoría.
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Gracias Francisco por visitar a Colombia. Gracias por hacernos felices durante cinco días. Gracias por enseñarnos a amarnos en medio de las diferencias. Gracias Santo Padre por permitirnos escuchar su mensaje de paz y reconciliación.
Gracias por recordarnos a quienes habitamos la Región Caribe la grandeza de San Pedro Claver y Santa Madre Bernarda. Solo nos resta decirle de todo corazón: Que Dios se lo pague y que vuelva pronto.
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