Esta es la crónica de Uriel Rodríguez, enviado especial de BLU Radio a San Andrés y Providencia:
En Providencia, todos los habitantes con quienes hablamos coincidieron en una sola cosa: “gracias a Dios estamos vivos. Lo demás se recupera”.
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Apenas sobrevolamos la isla, se percibió la tragedia que acabó completamente la infraestructura de ese pedazo de Colombia que está allá, en la región insular.
Al entrar en territorio, la reacción de asombro e impresión no se pudo ocultar. Pensar en que siempre una tragedia se mide en número de muertos y heridos es el primer error. Eso que se ve al entrar es desolador ¡Y lo que viene!
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En una visita contrarreloj, donde las prioridades equivalen a la atención de la población y a la remoción de escombros, no quedó más que dar una vuelta en moto a toda máquina para poder, por fin, intentar sentir la catástrofe y poderla describir.
A Providencia la rodea la única carretera pavimentada que sufrió fracturas y grietas como nunca antes. Los postes partidos a la mitad y los cables de luz en un pueblo sin luz, a la altura de una persona, y la gente, con su principal intención: comunicarse con sus seres queridos.
El motociclista que me transportó, apenas con lenguaje esquivo, me iba relatando lo que había antes del caos: Las iglesias, el puesto de policía, la escuela, el museo, el hospital, en fin, lo que fue y no es.
Entre esos árboles caídos y la vegetación como si se hubiese quemado, llegamos al hospital: los vidrios rotos en el suelo y los pocos equipos médicos deteriorados. Los techos por fuera y las paredes que ni siquiera una recta de concreto sostuvieron. Y esos relatos, aquellos relatos...
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Ni las paredes de los templos de Dios siguieron en pie, la naturaleza arrasó con ellas, pero para aquellos, que sí estuvieron firmes, como creyentes, fue un sacrificio de cemento que se convirtió en el salvavidas.
Las faldas de Providencia no ocultaron la desolación y la mezcla de tierra con charcos, camas y ropa, juguetes de niños y pedazos de inversiones eternas para tener un techo donde dormir, un techo que se convirtió en intemperie.
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Desde un buque de gran tamaño, a lo lejos en el mar bloqueado, hasta embarcaciones medianas encalladas y prácticamente parqueadas en la vía de la isla, y un sinfín de testimonios crudos.
Pero describir las imágenes no es igual que verlas y al menos, creer que ahí, hubo algo, y que no es el basurero que parece.
Y si comparamos imágenes de cómo era el puente colorido en el que se cruzaba de Providencia a Santa Catalina, hoy solo queda un espacio de mar y la imagen de ella, de Catalina.
Y entre tanto, los mensajes de quienes necesitan conectarse, de que sus familias sepan que están vivos, como la base fundamental de la existencia, que, en cualquier parte de Colombia, sus cercanos de sangre y lejanos en geografía, sepan que ahí están, a esperas de verlos. Pronto.
Providencia está en una fase de remoción y limpieza, culminada esta, iniciará un proceso de reconstrucción en 100 días. Claro, con al menos un techo para descansar, pero una promesa que será evaluada por ellos mismos, para decir que esta vez se renació no de las cenizas, sino de los vientos de Iota.