La historia de la estafa es muy simple: una señora y sus socios arman toda una industria esotérica, que se encarga de vender productos con poderes estéticos y psíquicos, que hacen volver a los seres amados, retener a los que se quieren ir y atraer a los que no quieren llegar. A la hora de bautizar a dichos productos se les ocurren los más diversos nombres: Leche de la mujer amada, Kamasutra, Rompesaragüey y Kariaquito, entre otros.
Como estamos en Colombia, país de bobos que se creen vivos, el negocio prospera en muy poco tiempo y la señora se vuelve millonaria vendiendo la Leche de la mujer amada, que hace posible retener aún en contra de su voluntad al ser amado, pues se trata -según sus fabricantes- de un “protector contra las fuerzas del mal, un potenciador del poder personal, un purificador de energías negativas y un generador de buena fortuna”.
El negocio resultó tan bueno que les alcanzó a los fabricantes para amasar una fortuna de 10.000 millones de pesos, dinero que también utilizaban para pagarles a funcionarios del Invima para que adulteraran las licencias que les permitía vender los productos.
Es decir, armaron una empresa criminal, pues la única manera de obtener licencias del Invima para vender productos chimbos es sobornando a los funcionarios. ¿Productos chimbos? Pero claro, la Fiscalía que allanó todos los almacenes que conforman la cadena de fabricantes y vendedores de la Leche de la mujer amada, descubrió que todos los súper poderosos productos son fabricados con productos de aseo. En otras palabras: son ambientadores para el hogar, como comprobaron los especialistas del Invima que analizaron sus componentes.
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Hoy, la señora y su socio están detenidos, mientras hay millones de colombianos encartados con la Leche de la mujer amada, a la que le atribuyeron poderes de los que carece. Su único poder comprobado es que sirve para ambientar salas, baños y cocinas. Para nada más.
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