Un modesto aviso con el nombre Fundación Aburrá es lo único que distingue la fachada de la casa de las otras que ocupan una calle donde predominan talleres, en el barrio Florida Nueva, a pocas cuadras del estadio Atanasio Girardot.
Para un observador curioso, la sala, llena de poporos –piezas de arte precolombino utilizadas en el acto de mambeo (masticar coca)- invita a entrar. El anfitrión y custodio del incalculable tesoro prehispánico albergado en este espacio es Gabriel Monsalve, un imaginero apasionado por las obras artísticas de ese lejano momento y del presente.
Por eso, aunque a simple vista pareciera, aclara que la casa de la Fundación Aburrá no tiene como objetivo ser un museo arqueológico, pues las cinco mil piezas que allí se encuentran son considerados elementos de arte de las culturas milenarias que habitaron nuestro territorio.
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De ahí que se puedan apreciar figuras talladas en colmillos de animales, deidades de grandes volúmenes en cerámica y obras de pueblos que se asentaron en diferentes zonas de la geografía nacional, desde los Tayrona hasta los Pastos, en Nariño.
“No coleccionamos todo, ni momias, piedras o restos, enfatizamos en la parte artística, la iconografía e iconología. Tratamos de buscar el significado de las imágenes”.
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La vivienda convertida en museo se queda pequeña para las numerosas colecciones que cada día se suman, la más importante de ellas, la del antropólogo Ricardo Saldarriaga, un investigador que levantó ampolla en el mundo académico por su controversial teoría acerca de cómo se pobló nuestro territorio con migraciones de pueblos de orígenes diversos. Todo quedó consignado en su obra inconclusa Los orígenes del paisa.
“Ricardo habla del difusionismo, diferente al autoctonismo, hasta ahora no se ha probado que el hombre sea autóctono de América. Hubo migraciones a través de muchas vías, la más común, el Pacífico: por allí llegaron pueblos de la Polinesia, Milanesia, sureste asiático, pero también de India y Europa”, explica el guía.
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Como prueba de ese sincretismo cultural que propone, se toman las piezas que ocupan las cinco salas de la colección museal. La primera es la sala Poporo-Catíos; en las obras que allí se exponen según explica Gabriel Monsalve, se observan detalles similares a los del arte jónico.
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La sala más importante es en homenaje a Rodrigo Saldarriaga. En ella se encuentran piezas provenientes de todos los rincones del país a los que viajó para dar con las huellas de civilizaciones ancestrales, entre las cuales destacó la cultura Ilama, que habitó en territorios del actual Valle del Cauca.
En una colección itinerante se aprecian deidades femeninas que en el recorrido, explica el guía, se asemejan a la diosa Astarté, y a deidades egipcias y aztecas. Y es que para todas las culturas, según Monsalve, primaba la figura de una diosa madre.
“La Diosa Madre es una arquetipo universal y se encuentra en todas las culturas de todos los tiempos. En el paleolítico, preguntándose el hombre por las causas de los fenómenos, dedujo que el principio del universo debía ser una mujer con la capacidad de crearse a sí misma y engendrar todas las cosas", dice una inscripción en la sala itinerante.
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Al fondo de la casa se avanza en el tiempo y se encuentra la sala Gamma, con las iniciales de su impulsor, el anfitrión que atiende las visitas. De gran tamaño se pueden apreciar figuras religiosas: el Divino Niño, vírgenes o crucifijos y adentrándose hacia la parte final de la vivienda está el taller para la creación de estas imágenes.
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Pero cada vez este lugar va dejando de ser un taller, principalmente, desde que se constituyó la Fundación Aburrá hace casi 12 años con más de 70 personas, entre ellos, varios coleccionistas quienes han donado las miles piezas de yamesíes, ilamas, caramantas, pastos, tayronas, catíos, muiscas y demás culturas que terminaron reunidas en una casa ya pequeña para esta numerosa colección y que podría convertirse en el primer museo de arte prehispánico del país.
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Por ahora, el lugar, aunque ya ingresó a la Red de Museos del departamento y está por ser incluido en una lista internacional, sigue escondido en una calle como uno de los secretos mejor guardados de la ciudad.