Estos días de Semana Santa son una oportunidad para abrazar la propia vulnerabilidad con dignidad. Para dejar de actuar como si fuéramos invencibles, y permitirnos llorar, frustrarnos, perdernos por un momento.
Solo hace falta un giro del destino, un golpe inesperado, para entender que lo que llamamos banal y pequeño, era en realidad lo más valioso que teníamos.
Tal vez hoy nos hace falta más silencio y menos ruido. Más pausa y menos estímulo. Porque el exceso de información y movimiento a veces nos desconecta de lo esencial.
A veces lo mejor que uno puede hacer es esperar un poco, guardar silencio, descansar el alma y luego volver a pensar. Calmar el corazón es una forma de cuidarse.
Reconocer los errores no es un signo de debilidad, al contrario, es un acto de madurez y grandeza. Es una forma honesta de asumir nuestro proceso de desarrollo personal.