Reconocer los errores no es un signo de debilidad, al contrario, es un acto de madurez y grandeza. Es una forma honesta de asumir nuestro proceso de desarrollo personal.
Aprender a decir “Me equivoqué” sin miedo ni vergüenza es un signo de fortaleza, no de debilidad. Nos permite corregir, reconstruir y evolucionar. Porque quien no asume sus errores está condenado a tropezar con la misma piedra una y otra vez.
Hoy en día, el sentido de la vigilia se ha ampliado. Más que dejar de comer carne, se propone realizar un sacrificio consciente que nos permita generar un espacio de crecimiento personal.
Cuento esta historia porque sé que todos, en algún momento, podemos ser víctimas de situaciones similares. Y la gran pregunta es: ¿cómo reaccionar ante la humillación sin dejarnos arrastrar por el dolor o el rencor?